"La envidia es la raíz de la infelicidad… y no, no siempre se
nota”
La envidia no siempre se ve como algo verde, feo y descarado.
A veces se esconde.
En un comentario sarcástico.
En un “ay, ni era para tanto”.
En un “seguro tuvo suerte”.
O peor: en ese silencio incómodo cuando alguien cercano logra algo bonito y tú
no puedes ni sonreírle de corazón.

Y no, no te estoy juzgando.
Todos, en algún momento de la vida, hemos sentido una punzada interna al ver
que alguien más está brillando mientras nosotros estamos en pausa.
Es humano...
Pero también es peligroso. Porque la envidia te quita la paz, y cuando se
instala… empieza a secarte por dentro.
Donde hay admiración, hay inspiración; donde hay envidia, hay frustración.
Lo más curioso es que casi nunca se trata de lo que el otro
tiene.
Se trata de lo que sentimos que nos falta.
Por eso la envidia no nace del otro, sino de nosotros.
La envidia disfraza el dolor de no haber avanzado como uno soñaba.
Pero aquí va algo que me cambió la vida:
Cuando dejé de envidiar y empecé a admirar, empecé a florecer.
De verdad.
Admirar te abre puertas, te calma el alma, te permite aprender.
La admiración limpia el corazón de esas emociones densas que te estancan.
Y en lugar de decir: “¿Por qué ella sí y yo no?”
Empiezas a decir: “Si ella pudo, tal vez yo también.”
Bendice a quien tiene lo que tú anhelas. Eso cambia todo.
Y entonces algo se enciende en ti.
No es envidia, es impulso.
No es competencia, es inspiración.
Y eso —créeme— se siente mucho mejor.
Así que la próxima vez que alguien brille cerca de ti, no
bajes la mirada ni te alejes con resentimiento.
Acércate.
Mira con respeto.
Aprende algo.
Y, sobre todo, bendice su camino… porque eso habla de que el tuyo también
puede abrirse.
La envidia mira con rabia, la admiración mira con respeto...y eso se nota.
Porque mientras sigas regando la envidia, tu jardín se va a
secar.
Pero si riegas la admiración, un día vas a florecer tú también. 🌸
