Ayer salí
al cine con el corazón tranquilo… y regresé con el alma inquieta. Vi Un cuento
de pescadores, una película que no solo me dejó con el corazón encogido, sino
que también me hizo pensar en la fragilidad que muchas veces ignoramos.

La historia
gira en torno a La Miringua, un espíritu del lago de Pátzcuaro que, con forma
de mujer, encanta y arrastra a los pescadores a su destino fatal. No es una
película de sustos vacíos, es una de esas que se te mete en la piel porque toca
fibras muy nuestras: la tradición, la leyenda y el miedo cotidiano.
Vivo muy
cerca de Pátzcuaro, y al salir del cine me vino un escalofrío. A veces se me
hace de noche en la carretera, en las calles… y no pude evitar pensar que esa
oscuridad no siempre es solo física. A veces, cargamos con sombras invisibles:
la angustia, la desconfianza, los recuerdos que pesan.
Lo que más
me movió…
Más allá
del espíritu de la Miringua, esta película habla de otra cosa: del silencio. De
lo que no se dice. De cómo las comunidades pequeñas muchas veces viven
atrapadas entre lo sobrenatural y lo social. Nadie dice nada, pero todos
sienten. Y tú, como espectadora, lo sientes también.
Hay algo de
poético y doloroso en cómo el mal ronda sin rostro claro. ¿Y no pasa lo mismo
con nuestras propias emociones? A veces sentimos miedo, ansiedad o culpa, sin
saber bien por qué. Como si algo nos llamara desde adentro del lago.
¿Y qué nos
deja?
Me quedo
con una sensación que no quiero que se me olvide: escuchar a mi propio miedo.
No reprimirlo. No disfrazarlo de fortaleza. Porque si hay algo que aprendí de
esta película es que los terrores que se ignoran, se hacen más fuertes.
Así que
hoy, desde este rincón de letras, quiero invitarte a una cosa:
Reconecta
con tu intuición. No todo lo que da miedo se ve. Pero todo lo que sientes,
importa.
Tal vez no creas en la Miringua. O tal vez sí. Pero seguro sabes que hay cosas que no se ven y que nos afectan. Así es el miedo, así es el dolor no hablado. Esta película, con sus silencios, sus nieblas y su espíritu errante, nos recuerda que a veces el mayor acto de valentía es no darle la espalda a lo que nos asusta.
Y tú…
¿Hace cuánto
no escuchas tu propio lago interior?