Hay
personas que llegan a tu vida y te recargan.
No porque
tengan las respuestas.
No porque
siempre estén felices.
Sino porque
su energía es ligera, honesta y real.
Te inspiran
con su manera de vivir, con su capacidad de levantarse, con su forma de
hablarte sin juicio.
Estar con
ellas es como tomar agüita fresca para el alma.
Y cuando te vas, te sientes mejor. Más tranquila. Más tú.

Pero
también existe el otro tipo de personas.
Las que
agotan.
Las que
cada que las ves, te dejan drenada, enojada, o peor: dudando de ti.
Personas
que solo saben quejarse, competir, juzgar o contar lo mismo una y otra vez… sin
ganas reales de cambiar nada.
Y uno
intenta escucharlas, acompañarlas, sostenerlas… pero termina vacía.
Y aquí va
lo difícil de aceptar:
No todo el
mundo merece tener acceso a tu energía.
Aunque los
quieras.
Aunque los
conozcas de toda la vida.
Aunque te
dé culpa poner un límite.

No se trata
de cortar gente con frialdad, sino de cuidar tu paz con conciencia.
De rodearte
de personas que te inspiren a ser más tú, no menos.
Que te
celebren, que te reten bonito, que no te usen como basurero emocional.
Porque el
entorno también es parte del crecimiento.
Y si no
elegimos bien con quién compartimos tiempo, afecto, ideas…terminamos
apagándonos poquito a poco.
Así que
obsérvalo:
¿Con quién
te sientes tú?
¿Quién te
motiva a seguir?
¿Quién te
deja más liviana?
Y también…
¿Quién te
pesa aunque lo quieras?
¿Quién no
celebra nada tuyo?
¿Quién
siempre tiene una excusa para ser negativo?

No tienes
que hacer una limpia drástica de personas.
Pero sí
puedes empezar a darte cuenta.
Y desde
ahí, elegir con más amor propio.
Porque
mereces estar rodeada de gente que te inspire a florecer… no de quienes viven
para arrancarte las raíces.