Seguro te
ha pasado: ves que alguien que quieres está cometiendo un error, te nace
aconsejarle con cariño… y ¡zas!, se enoja contigo como si le hubieras
insultado.
A mí me
pasó más veces de las que quisiera admitir.

Esta frase
—que se le atribuye a un proverbio bíblico y también a varios pensadores— es
tan cierta como incómoda:
"Corrige al sabio y lo harás más sabio; corrige al necio y lo harás tu enemigo."
Lo que
quiere decir es que no todo el mundo está listo para escuchar.
El sabio ve
un consejo como una oportunidad de crecer.
El necio,
como una ofensa personal.
Y aquí está
el punto: muchas veces, no se trata de lo que decimos, sino de quién lo recibe
y desde qué lugar lo recibe. Si la persona tiene la mente abierta, valorará tu
intención. Si no, tus palabras se estrellarán contra un muro… y posiblemente
ese muro se enoje contigo.

Con los
años entendí que no puedo ir por la vida “corrigiendo” a todo el mundo, aunque
crea que es por su bien.
Porque la
energía es valiosa, y hay que invertirla en quienes están listos para
recibirla.
No en
quienes van a usarla como motivo para pelear.
Y no, esto
no significa rendirse o dejar de decir lo que piensas. Significa elegir dónde y
con quién vale la pena hacerlo.
Si alguien
te escucha y reflexiona, ahí está tu terreno fértil.
Si alguien
se cierra y reacciona con enojo… no pierdas tu paz.
Recuerda:
el crecimiento no se impone, se elige.
En tu día a
día, observa antes de hablar:
¿Esta
persona está lista para escuchar?
¿O solo
quiere defender su punto, aunque esté equivocado?
Te
ahorrarás muchas batallas innecesarias… y guardarás tus palabras para quienes
sí pueden hacer algo bueno con ellas.